lunes, 15 de agosto de 2011

Valencia (7ª de abono): Arturo Saldívar abre la puerta grande en la reaparición épica, impactante e histórica de José Tomás




Valencia. Sábado 23 de julio. 7ª de abono. Feria de Julio. Se lidiaron seis toros de la ganadería de El Pilar armónicos de presentación, bonitos de hechuras y con trapío. Desiguales de comportamiento, tuvieron las fuerzas justas. El 1º y el 2º nobles y con clase, tuvieron pocas fuerzas. El 3º, el 5º y el 6º resultaron los más claros con calidad nobleza y un puntito de emoción por no entregar sus embestidas con claridad. El 4º fue un inválido de imposible lucimiento.

Víctor Puerto, saludos tras aviso y silencio.
José Tomás, saludos tras aviso y oreja con fuerte petición de la segunda y dos vueltas al ruedo.
Arturo Saldívar, oreja en ambos, puerta grande.


Valencia (Esp.).- Apenas pasados unos minutos de las siete de la tarde, la plaza en pie recibía con una atronadora ovación a José Tomás. Quince meses de sequía en todos los ruedos del mundo sin poder verle torear, terminaban después de un calvario sufrido y soportado en la intimidad de los suyos, tras el gravísimo percance en Aguascalientes. Echó a andar el genio de Galapagar flanqueado por Víctor Puerto y el mexicano Arturo Saldívar, mientras en el tendido se reproducía la atronadora e intensa ovación del público. Termómetro auténtico de la pasión, la intensidad y la emoción con la que todo el mundo llegó a Valencia dispuesto a ser testigos de este día histórico para el toreo. El cariño del respetable volvió a hacerse patente tras romper esta procesión hacia el destino que es el paseíllo, y en la raya del tercio, enjuto, serio, más canoso que hace un año y medio, recogía José Tomás, con gratitud y exquisito respeto, las muestras de cariño y devoción que le profesó todo el público. Grande el prólogo a una tarde que dejó exhaustos a cuantos la vivimos. Fue una tarde de lujo con cartel de no hay billetes. Público hasta en las escaleras. Gente guapa y de todas las nacionalidades, llegadas a la capital del Turia no para ver la Formula 1 o las fallas, si no para ver y disfrutar con un torero. Ver y disfrutar del espectáculo más auténtico de cuantos hay en la actualidad: el toreo.

Al primero del festejo, armónico, bonito y bien hecho lo recibió el manchego, Víctor Puerto, con verónicas templadas, suaves y mecidas que daban el toque de atención preciso, del que no está dispuesto a ser un convidado de piedra. Pelea justa en el caballo por la justeza de las fuerzas del animal, que propició una rivalidad en quites entre Puerto y José Tomás interesante. Expectación ante el madrileño máxima a la que correspondió el diestro interpretando un quite por delantales templados, gustosos y con ritmo, que pusieron la plaza boca abajo. Los olés surgieron desde las entrañas. Replica de Víctor Puerto a la verónica, con firmeza, seguridad, temple y torería que gustó al respetable. Brindó el manchego al protagonista de la tarde, José Tomás, con cariño y reverencia a decir por los gestos que se pudieron ver desde el tendido, y comenzó el trasteo de rodillas y en redondo, con dominio y convencido de triunfar a pesar de todo, también a pesar de José Tomás. Lo más lucido lo logró en el toreo fundamental sobre la diestra, cuando cuajó varios pases llenos de temple y gusto. El toro embestía en esta primera parte con alegría, con tempo y sin bajar la cara por su falta de fuerzas. Y por eso se acabó en mitad de faena. A partir de ahí, la plástica dio paso a la emoción, con un toreo de cercanías en el que Puerto estuvo valiente y muy honesto consigo mismo y con el público. Trasteo de más a menos en intensidad, en el que dejó muestras de la sazón en la que se encuentra. Saludos desde el tercio.

Con el cuarto de la tarde, también bonito de hechuras pero justo de fuerzas, como la mayor parte de los toros lidiados en este festejo, no pudo lucirse ni en el recibo ni con la muleta. Llegó inválido al último tercio, y por ello, nada pudo hacer el diestro. Voluntad, seriedad y dignidad, fueron las actitudes dominantes ante su toro. Mejor dicho, durante toda la tarde. Una buena estocada, puso fin a su actuación en este ciclo. Silencio.

Aunque para silencio, intenso y sepulcral, el que se llegó a escuchar y sentir en cada una de las actuaciones del diestro de Galapagar. Resulta difícil trasladar al papel las sensaciones que se vivieron durante toda la tarde y más aún, cuando José Tomás lidió su lote. Al primero, segundo de lidia ordinaria, lo recibió a la verónica muy cerrado en tablas protegiéndose del molesto viento, presente a lo largo de toda la tarde. Poco que destacar en estos dos primeros tercios, salvo ese quite por gaoneras, apurando al límite, que demostró una vez más, el valor seco y desmedido que tiene José Tomás, capaz de exponer hasta lo inimaginable su vida, de una forma desnuda y sincera ante el público. Un quite contestado con valiente atrevimiento u arrollando a la razón, por el más joven, el mexicano Arturo Saldívar, quien por tafalleras también se ajustó en contrarréplica al genio de Galapagar. Después del envite, llegó el momento de la faena y tras brindar el deslucido toro al equipo médico que le salvó la vida en Aguascalientes, comenzó la faena con poderío sobre una pierna flexionada en redondo, al tiempo que domeñaba y obligaba mucho la embestida del astado. Nunca terminó de ser claro el animal y por ello se vivió la faena entre un silencio tenso y diría que devocional, tensionado por la incertidumbre de lo que iba a ocurrir y los oles hondos y profundos cuando el milagro del toreo surgía en pases macizos y rotundos de las muñecas del diestro. Con este toro de embestida nunca entregada y poco humillada, los dominantes pases en redondo, dieron paso a otros en los que Tomás fue alargando la embestida con mando y temple, llegando al clímax cuando se decidió a bajar la mano con autentico dramatismo estético. Muy poderoso se le vio durante toda la tarde a pesar de las irregularidades en las embestidas de sus oponentes y a pesar de dos desarmes ocurridos en este trasteo. Faena que en honor a la verdad también tuvo altibajos e intermitencias, cierto, pero fue vivida con auténtica intensidad. Lances en los que se rompió el diestro, se quebró la embestida de la res y rugió la plaza con un olé ronco y profundo salido de las entrañas del alma. Faena fundamentada en el toreo en redondo, siempre a más, ganando enteros conforme transcurría. Los naturales intentados fueron mera anécdota porque el toro por ahí protestó, más la importancia de los pases con la diestra, sí fueron lo realmente auténtico. Final encimista, mayestático y hondo, que no rematado como merecía, le hizo acreedor de una ovación cerrada recogida en la raya.

Y con el otro toro, el quinto, se desató la tensión y la pasión, hasta el punto de llegar a la alteración del orden público cuando tras la obra parida por José Tomás, el presidente del festejo resolvió no conceder el doble trofeo. Se aferró al reglamento y a la posición de la espada, ligeramente desprendida, y a pesar de que la plaza fue un absoluto clamor no la concedió. ¿Hizo bien? ¿Hizo mal? Sólo sé que el presidente fue coherente con la línea que adoptó en cuantos festejos ha presidido durante esta feria y que por ello, estuvo bien tomada la decisión. Ahora bien, ¿hay que ser tan reglamentaristas cuando estamos hablando de un clamor extraordinario, un trasteo hondo lleno de intensidad y entrega, que sitúo al borde del éxtasis a más de diez mil almas? Son cuestiones que abren un debate del que no tengo respuesta y en el que cada cual puede esgrimir su argumentario en un sentido u otro. Eso es también la fiesta, polémica, confrontación, pareceres diferentes, discusión, pasión en el tendido y en el ruedo, en la plaza y en los restaurantes. En lo estrictamente artístico, a este del Pilar, más franco en la embestida, codicioso y alegres, el genio de Galapagar le cuajó varias verónicas en el centro del ruedo mecidas, suaves, templadas y sin molestar al animal, que estuvieron abrochadas con una media abelmontada de profundidad y dramatismo extraordinarios. Quitó después por chicuelinas, y a él replicó de nuevo Saldívar, dispuesto a no dejar pasar la oportunidad -como así hizo- pues al final fue él quien en solitario cruzó a hombros la puerta grande. Quite del joven matador por saltilleras y gaoneras, llenas de entrega, verdad, riesgo y emoción, que encogieron el corazón del público. Nada para lo que vino después, cuando en el centro del ruedo, comenzando la faena en un pase cambiado, José Tomás recibió al toro cruzado en su arrancada y en franca carrera con un pase cambiado que no llegó a verse por la tremenda voltereta que le propició el burel. Grogui lo dejó. Inconsciente e inerme sobre el ruedo estuvo durante unos segundos. Se cernió sobre Valencia la tragedia, y el público enmudeció con el corazón y el alma encogidos, viendo como el diestro intentaba recuperarse del tremendo trastazo. Tras unos minutos entre barreras tomando aire y recomponiéndose, volvió a la cara del toro y cuajó una obra cumbre por intensidad, plasticidad, entrega, dramatismo, pasión y valor. Lo mejor ante este toro que tampoco se entregó a las telas, manseando y con amagos de rajarse, vino sin duda en el toreo al natural donde rompió la embestida y acabó con el cuadro. Naturales abandonados, dominadores, con la sensación siempre presente del riesgo presente, de la emoción patente y de la tragedia sobrevolando cada momento de la suerte, y entre el ay y el olé, fue transcurriendo una actuación donde la cumbre llegó en esas tandas al natural extraordinario abrochadas con exquisitas manoletinas ya con el toro totalmente entregado a su suerte en tablas. Fue una obra llena de gusto y de estética dramática, merecedora –seguramente- de ese doble trofeo si nos acogemos a la pasión que también es el toreo. No fue así y recibió una oreja con doble vuelta al ruedo clamorosa. Bienvenido José Tomás.

Completó cartel el mexicano Arturo Saldívar quien fue el triunfador con puerta grande. Actitud encomiable la de este valiente y bravo torero azteca, que dejó patente que en tarde de tanta expectación, él, también quiere ser figura del toreo. El quite por chicuelinas ajustado hasta la locura, en el primero de su lote, fue la tarjeta de presentación, aunque antes ya había desplegado su toreo en el turno de José Tomás. Trasteo cimentado en el valor, el temple, la torería y la entrega. Bizarro fue el mexicano, que logró una obra en la que se maridó el buen toreo con el de valor, aliñado con una gotitas de miedo y susto para el público. Naturales hondos, profundos, de los que conmueve el alma a medida que se hace realidad el pase, y que resultaron además, intensos, suaves, templados y exquisitos. Pagó su bisoñez con un descuido al perderle la cara al toro que le pudo costar un feo y grave percance pero se repuso y volvió a la res para rematar un trasteo muy interesante y de muchos enteros. Estatuarios abrochando la faena y una estocada entera que le valió sin discusión el corte de una oreja. Y con el que cerró plaza, salió a rematar la tarde. Se rompió la plaza con él, olvidando momentáneamente el disgusto ocasionado por el presidente con la negativa del doble trofeo a José Tomás, y fue cuando logró cuajar varias tandas en redondo arrebatadamente puras, plásticas, y sentidas. Intensidad, emoción, valentía, desparpajo, entrega, genialidad. Faena compacta por ambos pitones en su segunda parte, que remató con unas Bernardinas, preludio a una estocada en la cruz. Lo mejor los naturales aguantando la embestida, siempre puro y valiente que sin fisuras cinceló en medio de una tarde de catarsis colectiva. Oreja que pudo ser dos, y puerta grande sin discusión que premiaba a este bravo torero mexicano. Triunfo rotundo en una tarde donde volvió la leyenda: José Tomás.

Firmado: Alfonso Sanfelíu
Fotografía: Rafael MATEO

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